05 sep 11


Kitz es el fantasma de nuestra empresa. Cada empresa tiene el suyo. No hay cuadrilla humana que se libre de tenerlo: clase de informática, equipo de basket o banda de música, da igual, todo grupo lleva encima su fantasma. Se pegan como los ácaros y no te das cuenta de su presencia hasta que aparece la situación idónea para decir una fantasmada. Entonces ahí lo tienes.

Kitz interrumpe, para decir cualquier memez, la única reunión de la empresa a la que vale la pena acudir, la reunión semanal de Marie Albright. Si algo bueno tienen los lunes es escuchar a Marie Albright. Marie es nuestra delegada y una de las más brillantes asesoras fiscales que hemos visto nunca, además, está especialmente dotada para las charlas, gracias al atractivo tono de su voz que al final de cada frase le provoca una ligera afonía dándole un aire de lo más sensual. Me pasaría el día escuchando a Marie aunque hablara sólo de impuestos, si bien le agradecería algún comentario sobre lo bien que me queda la corbata azul con mi traje gris.

Kitz es el único en no sentirse atraído por la persuasión de Marie Albright. La interrumpe para decir: “Sí, como el día aquel que ninguno de vosotros se acordaba y ¡buah! tuve que explicarlo yo”.

Siempre alardea de memoria. Y el caso es que no se entera de nada pese a tener memoria. Esto me hace pensar en qué vericuetos anda metido el cerebro para dotar a alguien de buena memoria y en cambio no poder evitar que sea un fantasma.



El fantasmilla comienza a muy temprana edad a practicar la carrera que le llevará en el futuro a ejercer de fantasma el resto de su vida. Empieza en el colegio siendo un pringao. Al aprendiz de fantasma se le conoce de pequeño como pringao. El pringao no sabe jugar a nada, pero recita de carrerilla la plantilla de Los Angeles Lakers; tampoco sabe ir en moto pero repite la parrilla de salida de tres semanas atrás. El pringao necesita memorizar para ser alguien.

En la adolescencia pretende hacerse pasar por aventurero de la vida porque ha leído Los Tres Mosqueteros, El Capitán Alatriste y Sherlock Holmes, y además en diferentes ediciones, recordando incluso los detalles que distinguen una edición de otra, o sea, un pringao superior. Camino del instituto jamás se desvió por la calle de abajo, sin embargo, presume de los bares peligrosos del barrio porque ha memorizado sus nombres y recuerda lo que otros han contado.

La jovencita fantasma cacarea ante sus compañeras todos los nombres de los chicos que la miran al pasar, sin caer en la cuenta que es la única virgen que queda en la facultad.

Este ejercicio de memorización que tanto preocupa a los fantasmas les dota a su vez de una “memoria prodigiosa” que resulta muy válida para los estudios y, en consecuencia, para la vida de adulto. Es un incomparable ejercicio de gimnástica cerebral: para molar tienes que empollar.

Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que el que tuvo valor para realizar la experiencia física no necesitó de memoria puesto que la retuvo en su retina y en su músculo, en cambio, el pringao precisa de memorizar lo que otro le narró para seguir ejerciendo de fantasma.

Los que se atreven a la acción no precisan de memoria extra.


Deedo Parish