26 sep 11


Le señalé a Michael:
―¿Ves aquellas dos tías que acaban de entrar? Pues la más delgada.

Ya le expliqué el día de la cena en el Ruby’s todo el plan. La cosa es que Michael tiene que fijarse bien en ella y recordarla para que el día que se presente en su empresa con la excusa de vender la porquería de productos de papelería que vende, ir directamente a ella en caso de verla por los pasillos o saliendo del ascensor. A continuación deberá entregarle una tarjeta, averiguar su nombre y también en qué puesto está dentro de la empresa. Este es el asunto. Un tío osado como Michael no debería de tener problemas en cumplir con la misión. El botín es pobre: quiero saber cómo se llama y qué puesto ocupa para visitarla posteriormente y conocerla.

Ya sé que doy pena. Pero yo no tengo la culpa de la naturaleza humana, como tampoco soy culpable de los alquileres altos.


―Siento decirte que no tienes nada que hacer, tío. Es demasiado para ti.
―¿Sí? Como no vayas a su empresa y vuelvas diciéndome cómo se llama y en qué departamento está, colgaré en Youtube el video aquel del travesti contigo en el coche y luego lo enviaré a tus ex compañeros del equipo de rugby.

Michael me pone la mano en el hombro.
―¡Maldita sea si no te traigo las bragas de esa tía con un tubo de lubricante y... !
―Michael, no te embales. Te ha oído todo el mundo. Tranquilo. Sólo quiero que hagas lo que hablamos. ¡No es difícil!  Esa tía me gusta mucho, joder.
―De acuerdo. Siempre hay una posibilidad por increíble que parezca. Estaba pensando que quizá no la vea por ningún lado el día que vaya a su empresa. Otra cosa, oye ¿no es ilegal perseguir a la gente?
―No estamos persiguiendo a nadie. Hay que hacerlo con finura.
―Un trabajo elegante. Eso es. Ahora vengo.

Y todo el plan se fue a tomar por el culo. Michael se encamina hacia la mesa de la brownie y su compañera. ―¡Hey! ¿dónde vas?, le digo. Se me acelera el corazón. Lo llamo repetidamente ¡Michael! Pero ni caso. Ya está hablando con ellas. ¡Dios mío! Veo que se dirige a Alice. Alice responde. Alice sonríe. Michael dice no sé qué y le estrecha la mano. Alice dice que no. Ahora dice que sí. Michael dibuja un contorno en el aire y Alice vuelve a sonreír. Michael no ha mirado a la brownie de chocolate en ningún momento, ha decidido atacar a la compañera de la guapa, que suele ser más accesible. Si tu belleza no está a la altura de la guapa las estrategias de acercamiento no suelen dar resultado. Esta ley sigue en vigor desde hace siglos, hay más posibilidades acercándose a través de la amiga.

La brownie observa a Michael sorprendida. Michael no para de hablar. Ahora la brownie me mira. Me mira fijamente. Creo que me recuerda. Me tiene que recordar, voy todos los días al Starbucks de la 3th Avenida. Sonrío. Sonrío como un idiota. Se estará preguntando “¿Aquel es el amigo del espantapájaros este que habla con mi amiga Alice como si fuera el que hace las señales al avión cuando va a despegar?

Michael me pide que me acerque. ¡Dios! Me levanto con cuidado de no tirar nada, en realidad no sé lo que hago. Repaso con atención lo que hay en la mesa como si los vasos de café tuvieran repentinamente algún interés.

Michael dice:
―Te presento a Alice. Es una clienta de mi empresa.
Es mentira. La noche del Ruby’s le dije el nombre de la empresa en la que trabajan las dos compañeras y comprobó que no eran clientes.

―Encantado, Alice –le dije. Noté que mi tono fue demasiado serio y es que llegué muy nervioso a la mesa. 

Alice dijo:
―Os presento a mi compañera Sally.

El tiempo se detuvo. La vida en el planeta no es para despreciarla porque los alquileres estén altos. Aquella “cosa” que tenía delante valía la pena contemplarla y para ello era necesario haber venido al mundo. «Sally». Era diferente de cerca. Era mejor. Llevaba tanto tiempo observándola de lejos que en la proximidad me pareció una persona distinta. Increíblemente hermosa y fresca. ¡Tiene pecas! De lejos no se le ven las pecas. ¡Joder, qué bien le quedan! Los ojos son verdes oscuros-oscuros cuando mira hacia arriba y marrones cuando los baja. Me vienen a la memoria las palabras de Michael “No tienes nada que hacer, tío, es demasiado para ti”.

―Encantado, Sally –la miré por primera vez sin sentirme un espía. Qué gozada poder mirarla con su consentimiento. Si supiera la cantidad de horas que he pasado mirándole el pelo, el perfil, la boca.
―Yo también –dijo.

Me sonríe. A mí. Seguro que es a mí porque no hay nadie más en la misma trayectoria. Me habría quedado allí un buen rato estrechándole la mano: encantando, Sally; encantado, Sally; y así hasta las seis de la tarde, pero el protocolo social sólo permiten un saludo por persona y tuve que conformarme.


Disfrutaba de aquel momento regalado por Michael cuando, de su misma bocaza, comenzaron a salir estas palabras, todas pronunciadas de corrido, como ensayadas de hacía largo tiempo:

―Mi amigo es español. Español de España. España de Europa ¿eh? Es productor de cine. Trabaja para Sony Pictures Studios. Lleva unos meses en Manhattan en la preproducción de una película y me va a meter a mí de actor de reparto. ¡Voy a salir en el cine!

Mudo me quedé. El shock me bloqueó la carcajada que en otro momento habría soltado. Patitieso, sin poder hacer ni una mueca, me quedé pensando en qué

inguna mueca y eso mismo me ayudó a aparentar una frialdad que se supone tiene un productor de películas acostumbrado a diario a este tipo de presentaciones con chicas jóvenes y guapas como las que rodean al mundo del cine. Sí, sí, el patatús me fue de mucha ayuda. Debía de responder alguna cosa, no era el momento de hacerse el tímido. Busqué superar la situación.
―No soy productor. Soy ayudante. Sigo el desarrollo de un guión con un grupo de guionistas aquí en Manhattan.

―¿Sale algún famoso en la peli? –me preguntó la futura abuela de mis nietos. Le faltó tiempo para hacerme la misma pregunta que, imagino, le hacen a los productores toda la gente que se acaba de enterar que están hablando con alguien que hace películas.

―De momento, no hay nada seguro –le respondí mirándola nuevamente, ahora ya sin miedo en mi expresión. La farsa causó un efecto tranquilizante en mí. Hasta llegué a creerme yo mismo la respuesta. Me propuse disfrutar del momento, a lo sumo me tocaría dejar de acudir a desayunar al Starbucks. Bueno. El farol es perfectamente asumible si ello supone estar con ella un tiempo. Luego a lo mejor me toca pasar vergüenza. Ya lo sé. Una trola de este tipo no puede durar muchos días. Estas noticias corren como la pólvora. Es muy fácil comprobar si alguien es productor de, nada más y nada menos, una compañía como Sony.

Ella se ha sorprendido gratamente. Me siento tan feliz ahora. Pienso seguir mintiendo unos días más, ya lo creo. Hasta donde pueda. Qué bonita es.


Deedo Parish