05 dic 11



Me preparé a fondo durante el fin de semana la farsa de “ayudante de producción de Sony Pictures” para seguir vendiéndole la bola a la niña del Starbucks que me quiero ligar.

Mi amigo Michael me metió en este lío haciéndome pasar por falso productor de películas para darme importancia ante una chica –y su compañera de empresa- que cada día desayuna un capuchino y un Brownie de chocolate. Ahora, estoy obligado a seguir con la bola. Fue verle la cara de cerca y supe que seguiría con la bola hasta el final.

Dos días empapándome en la página de IMDB, llevo. Todas las películas que la productora japonesa ha rodado en estos años: títulos, directores, guionistas… He aprendido a distinguir entre un productor, un productor-ejecutivo y un productor-asociado. Hay productores por todos lados, casi más que operarios. Todos quieren ver su nombre en los títulos. Hasta el que elabora el catering sale. Camareros, peluqueras, transportistas, porteros. Parece mentira que entre tanto personal no haya quien se interese mínimamente en hacer bien lo que escribió el guionista.

Cuando vuelva a ver a mi Brownie habré memorizado intensivamente la historia del cine. Lo que no sepa, lo inventaré. Espero acordarme de las mentiras. Soy muy malo con las trolas porque no le doy importancia a memorizarlas. Se me olvidan las trolas y luego paso vergüenza. A estas alturas ya debería de tener aprendida la lección.

Me metí tanto en el papel, que el domingo por la tarde ya me creía yo productor de cine. Empecé a fantasear –es lo que mejor hago- con la Brownie. Mi imaginación me hizo cogerle de la mano. Ella me miraba tiernamente. Luego nos besamos. Noté en mi fantasía que ella me deseaba, pero yo la amaba demasiado para que, en aquel amor, cupieran las guarrerías. Y seguí mirándola, enamorado. Como productor de cine independiente, pero forrao, ordené a los mejores guionistas que escribieran para ella los mejores diálogos, las historias más tiernas, las más hermosas escenas.

Llevábamos un buen rato haciendo de tortolitos y me cansé de tanta fantasía romanticona, así que empecé a vigorizar la relación. Ya hacía media hora que salíamos. Y se me fue un poco la cabeza:


La Brownie entró en mi lujoso despacho con vistas al paseo de la playa de hermosas palmeras que hay en el mismo centro de Manhattan, dispuesta a suplicarme que le concediera un pequeño papel en la próxima película que voy a producirle al mentecato de Kevin Costner. La noté muy entusiasmada. No podía atenderla en condiciones porque mi charla telefónica con Michael Douglas me lo impedía. Andaba en juego un buen montón de dólares, así que le extendí la mano invitándola a tomar asiento en mi fastuoso sofá de bambú grueso estilo Caribbean junto a la mini piscina con loros tropicales que tengo justo en medio del despacho para entretener a las visitas. En el mismo centro de Manhattan.

Michael Douglas seguía el teléfono:
-El fotógrafo que has contratado es muy joven, no tiene experiencia en rostros maduros y atractivos -me reprochó.

Escuchaba la lata de Dougli cuando observé que la Brownie buscaba algo entre las juntas del solfá. Y sin venir a cuento se abrió de piernas y me enseñó sus bragas blancas.

-¿El encendedor? –murmulló ella levantando los almohadones sin cerrar las piernas.

-Estoy muy ocupado, nena, no me entretengas -le dije con firmeza. Al fin y al cabo ella no era más que una niña mona, muy mona, dispuesta a llegar a donde fuera conmigo con tal de conseguir un papel.

Me pasaron una llamada de De Niro, la estrella se sentía preocupada por una secuencia de la peli que rodaba donde tenía que quitarse la camisa ante una azafata.

-Espero que sepáis disimular mis tetillas, yo tengo un prestigio que no quisiera perder. You know?


El encendedor debió de perderse mucho porque la Brownie hincó las rodillas en el parquet empujando el sofá con la cabeza a ras de suelo, mostrando un tatuaje japonés en la nalga izquierda.

-No estoy seguro de que sirvas para el trabajo, chica, hay muchas aspirantes al papel –le dije tapando el teléfono para que no se escuchase la nueva charla. Era Nicholson:

-Verá, Sr. Productor, hay unas chicas rusas en el reparto que aprovechan todas las pausas del rodaje para hacérselo en la caravana del equipo. ¡Y con la puerta abierta! –se quejaba Nicky, acomplejado por no poder responder ante las rusitas como siempre había hecho.


Brownie buscaba ahora entre los rieles de las cortinas, empinándose de puntillas para llegar hasta arriba. La falda se le encogió prácticamente hasta la cintura y la camiseta ascendió hasta enseñarme unos sujetadores también de color blanco. Ella emitió un leve resoplido mirándome con impaciencia, me imagino que por no encontrar tampoco el encendedor entre los palos de las cortinas, más que nada porque éstos son todos redondos y sin escondrijos. Me preocupó que cayera por la terraza hasta el jardín del edén medieval que tengo montado en los bajos del edificio. En pleno Manhattan. Yo seguía ocupado.  

-No me hagas perder el tiempo, muñeca, no puedo estar por ti –le advertí a ella.


Ahora era Di Caprio, me pedía más dinero. Así no podía concentrarme en mi trabajo.

Harta de buscar por todo el despacho, y viendo que yo seguía sin prestarle atención pues el futuro del cine estaba en mis manos, ella se subió encima de mi mesa. No tenía bragas. Separándose las mollejas me preguntó de espaldas:

-¿El encendedor está ahí, señor productor?



Y entonces el ojo rosado-amarronado me retornó a la diminuta ventana de mi apartamento, que ofrece como vistas el desgastado color marrón de la fachada del edificio de enfrente. En el mismo centro de Manhattan.


Deedo Parish